Liderazgo. Ferrán Adriá, la potencia de la fama
Pero Ferran Adrià, que ha creado un auténtico imperio de empresas de catering y gestión hotelera, servicios de consultoría o de edición a partir de su restaurante, el Bulli, no parece darle demasiada importancia a su éxito. “Ha sido en buena parte el efecto de tres o cuatro grandes portadas, como la de Time o Le Monde. De modo que cuando alguien me pregunta cuál ha sido el modelo de negocio, le digo que no hay tal modelo. Lo nuestro es irrepetible ¿O es que se puede comprar una portada de Time?”, afirma el chef catalán.
Pero la explotación inteligente de “las Grandes Portadas” no deja de ser un modelo en sí mismo. Y si la utilización de una potente imagen de prestigio para generar un flujo de actividades diversificadas es de manual, nadie en la restauración la había llevado a cabo con la maestría de este genial chef (el mejor del mundo, según sus propios colegas de oficio). Ni siquiera los grandes de la cuisine française como Bocusse, Duchase o Robuchon llegaron tan lejos como Adrià en su actividad empresarial.
Empresas a fuego lento
Una rápida ojeada a la lista de empresas, negocios, acuerdos de imagen y servicios creados a partir de el Bulli produce vértigo. Igual que el elenco de sus clientes y socios (NH Hoteles, Borges, Caprabo, Chocovit, Casino de Madrid, etc.). Los grandes chefs franceses de la Guía Michelin son pymes comparados con Adrià. Y esto sólo acaba de empezar. El equipo de el Bulli estudia ahora mismo tres o cuatro proyectos más, de los muchos que se le presentan continuamente. “Cuando vuelvo de un viaje y abro el correo electrónico, cinco o seis de los 200 e-mails que hay son propuestas de negocio”, afirma.
El efecto Adrià
Sería injusto concluir que todo el triunfo de este chef –que ha revolucionado las bases de la cocina moderna y del que se publican cada mes decenas de artículos panegíricos en todo el mundo– se debe sólo a la fuerza de su nombre (marca). O a la admiración por sus “deconstrucciones” culinarias. El propio Adrià deja bien claro que buscó premeditadamente la diversificación de negocios a partir de el Bulli. Y que ha puesto en ella casi tanta pasión, esfuerzo y constancia como la que dedica a su cocina.
“Todo empezó a mediados de los noventa, cuando vimos claro que el aumento de la fama y de los clientes que afluían a el Bulli no se traducía en rentabilidad”, explica Adrià. Ni los llenos de cada noche ni los precios –prohibitivos para muchos– parecían solucionar el problema. Todo lo contrario. Tal como les ocurrió a muchos de los grandes chefs galos –que acabaron cerrando–, la creciente complejidad de la cocina elaborada por Adrià no hacía más que ahondar las dificultades. “Está más que demostrado que los restaurantes de alta cocina no dan dinero. Los costes son altísimos. Tenemos una plantilla de 65 personas (35 en la cocina) para 50 comensales. Así es difícil ganar dinero”, asegura.
Por eso, Adriá y su socio en el Bulli, Julio Soler, decidieron que la única salida era seguir los pasos de otros colegas y utilizar la creatividad de su cocina, imagen y know how para abrirse a otras posibilidades. “Decidimos que el Bulli actuara como el centro de I+D y el departamento de marketing del conjunto”, explica.
La capacidad de Ferran Adrià para embarcarse en tareas de gestión externas pone de manifiesto otra de sus habilidades: la formación de personas y la creación de equipos. “El Bulli es como una escuela en la que recibimos gente continuamente”, reconoce.
En cada negocio que acomete intenta reproducir los niveles de calidad conseguidos en el Bulli. Únicos en el mundo. “Hay quien cree que lo de Borges fue firmar el contrato, sacar un producto y ya está. ¡Pues no! Evaluamos los resultados, hacemos controles de calidad, probamos nuevos productos, hacemos investigación y seguimiento constante”.
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