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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Alejandro Magno, historia de un seductor

Estrategias de Occidente > Genios de la Estrategia


La pervivencia del mito de Alejandro Magno ha sido paralela a la reinterpretación del personaje en distintas épocas y culturas, que han tomado lo que más les interesaba de su compleja y rica vida.

El último en hacerlo es Oliver Stone, que ha estrenado la película "Alejandro Magno", una superproducción que pone el acento en la bisexualidad del emperador, un tema candente para la sensibilidad del siglo XXI.

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Alejandro nos hace mejores". Esta frase de Ptolomeo, uno de los generales del emperador macedonio, resume el atractivo de un personaje que, en el mundo antiguo, desarrolló una trayectoria sin par. De Macedonia a Hollywood, de Ptolomeo a Oliver Stone, la figura de Alejandro Magno ha recorrido siglos de historia atrayendo a hombres y mujeres cuyos universos poco tienen que ver con la Macedonia en la que se forjó uno de los reyes más notables de la historia. Su condición de joven, tanto en el momento de acceder al trono como en el de su prematura muerte, y su periplo por el mundo en un reinado de conquistas sin pausa lo dotan de una singularidad con escasos parangones, que ha emocionado a políticos, escritores y artistas. Pero, además, la seducción no se debe tan solo a su aureola de guerrero, sino que va ligada a la propia esencia del personaje. La alejandromanía comenzó en vida del propio rey, que la fomentó hábilmente.


Fotograma de la película "Alejandro", de Oliver Stone

Temperamental y ambicioso
Hijo de Filipo II de Macedonia y de la princesa Olimpia,
Alejandro Magno nació en Pella, capital macedónica, en el 356 a. de C. Educado como príncipe, mostró pronto interés por los poemas que narraban las hazañas de los héroes. Imitarlos se convertiría para él en una obsesión. Aristóteles, su tutor, marcó en gran medida sus preferencias y su comportamiento, contagiándole el interés por la ética, la política y la filosofía, pero también por la literatura, la geografía o la medicina. Y para iniciarlo en las armas, que tan bien dominaría, nadie mejor que su padre, un magnífico estratega con el cual no tuvo una buena relación. Esta empeoró cuando Filipo se casó con una joven aristócrata, lo que motivó el exilio de su madre a su tierra natal, Epiro (cerca de la actual Albania), acompañada del joven Alejandro. Mucho más estrechos eran los lazos que unían a Alejandro con Olimpia, empeñada en ver a su hijo sentado en el trono. De ella heredó su carácter temperamental y ambicioso, al igual que su testarudez. Tras un año de destierro, padre e hijo se reconciliaron, y Alejandro regresó a la Corte para retomar sus obligaciones como heredero.

Con 16 años, participó en su primera campaña militar. Dos años después, dirigió la caballería macedonia que destrozó a una coalición griega en Queronea. La muerte de Filipo, asesinado en el 336 a. de C., posibilitó su ansiado ascenso al trono. El nuevo monarca no perdió un minuto en hacer notar su autoridad. A pesar de su inexperiencia, mandó eliminar a todos los opositores peligrosos, algunos familiares suyos. Tras haber reprimido la rebelión de ciertas polis griegas, retomó el proyecto de su padre de conquistar Asia e inició su larga campaña hacia Oriente. A partir de entonces, combatiría siempre como un soldado más, junto a su aguerrida infantería y su poderosa caballería.


Fotograma de la película "Alejandro", de Oliver Stone

No tardó en enfrentarse a sus mayores enemigos: los persas. Aunque el ejército aqueménida era muy superior en número, se hizo con la victoria. Su primer triunfo fue en junio de 334 a. de C., en el río Gránico. No obstante, los combates no habían hecho más que empezar. Al año siguiente llegó a Gordion, donde existía una célebre leyenda: quien desatara el nudo del yugo del carro de Midas sería dueño de Asia. Se cuenta que
Alejandro optó por la vía más expeditiva y lo cortó con su espada, para dejar constancia de su deseo de dominar el mundo. Este mítico gesto marcó su futuro.

El mundo a sus pies
Tras atravesar las montañas del Taurus, se topó en la planicie de Isos (Siria) con el gran ejército de
Darío III, a quien venció contundentemente. El macedonio optó por dirigir sus pasos hacia Jerusalén. Tras tomar dicha ciudad, entró en Egipto y se acercó al oasis de Siwa, donde se proclamó hijo de Zeus y rindió culto a los dioses egipcios para ganarse a los lugareños. Más tarde fundó en el delta del Nilo una nueva ciudad, la primera de las que llevarían su nombre: la mítica Alejandría.


Campañas de Alejandro Magno

El nuevo amo de Egipto se dispuso a cumplir su objetivo más ambicioso: tomar el corazón del Imperio Persa. Así, en la primavera del 331, atravesó el Éufrates y el Tigris, y se enfrentó una vez más al ejército de
Darío en una batalla crucial, la de Gaugamela. Y, también una vez más, el ejército aqueménida fue humillado. Los persas no quisieron mantener por más tiempo a un monarca perdedor, así que Darío fue asesinado por los suyos. Alejandro tenía el camino libre para campar a sus anchas por los antiguos dominios de este, e inmediatamente se proclamó heredero del trono persa. Hizo ocupar, prácticamente al mismo tiempo, las tres grandes ciudades: Babilonia, Susa y Persépolis.

Siguió avanzando hasta el mar Caspio, desde donde se dirigió hacia el interior para descender hasta la India. Tras recorrer 27.000 kilómetros por un territorio adverso, sus tropas se amotinaron.
Alejandro pensó en proseguir su expedición hacia el Ganges, pero en Patala (cerca del río Indo) hubo de ceder, interrumpió la marcha y retomó el camino a Babilonia, donde se hizo reconocer como dios.


Mosaico de Alejandro Magno

Rey de reyes
Sus últimos años estuvieron marcados por las purgas llevadas a cabo entre sus colaboradores. Actuaba como un rey absoluto y mandaba ejecutar a todo aquel que osaba oponérsele. Esta actitud hizo que fuese visto como el más cruel tirano y que tuviera no pocos enemigos. Murió en Babilonia, el 13 de junio de 323 a. de C., mientras pensaba en conquistar Cartago y Arabia. Había cumplido los 33 años y era dueño del mundo oriental. El traslado de su féretro de Babilonia a Egipto supuso otro gran acto propagandístico, que seguramente hubiera complacido al propio emperador. Su mausoleo en
Alejandría se convirtió en el mayor centro de peregrinación de la Antigüedad y en lugar de culto para algunos de sus fans, como Julio César o Marco Antonio. Desde entonces, los conquistadores que aspiraban a crear grandes imperios unificados no dejaron de mirarse en su espejo. Napoleón fue uno de ellos y, más recientemente, el general norteamericano George Patton, uno de los últimos grandes estrategas militares, utilizó como referencia las gestas alejandrinas para decidir la disposición de sus tropas e incluso el método de ataque de sus carros de combate.

Fuente: revista Clío



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