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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Las crisis económicas mas traumáticas

Finanzas personales. Emprender > Economía y finanzas personales

Gobiernos ineptos, climatología adversa, ansia de dinero fácil y, por qué no, algo de mala suerte son algunas de las causas de las debacles más traumáticas de la crónica económica de la Humanidad.

"Puedo calcular los movimientos de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”, sentenciaba Isaac Newton en la primavera de 1720, mientras veía a sus compatriotas especular con acciones de la South Sea Company.


Las crisis económicas mas traumáticas

A pesar de su astucia, acabó perdiendo 20.000 libras de entonces con acciones de esa empresa. Ni los más inteligentes pueden escabullirse del destino. Y es que la historia de la economía está marcada por una sucesión de ciclos de prosperidad y recesión que se repiten irremediablemente. Una catástrofe natural como la peste, la decadencia política de los gobiernos, la pasión de los hombres por ganar dinero fácil y rápido especulando son algunos de los detonantes de las rupturas que propician los cambios. Esos momentos son identificados como crisis. Veamos las más importantes de la Historia.

S.III-S.IV La caída del Imperio Romano: la mayor debacle de la Historia moderna


La euforia conquistadora de Roma se había agotado. Los pueblos bárbaros hostigaban las fronteras del Imperio. Roma ya no podía vivir del botín de las conquistas y entró en crisis, no tenía dinero para hacer carreteras, ni pagar al ejército. Las reservas del metal con el que se acuñaban las monedas menguaron y muchas piezas perdieron su valor. Una moneda de plata llegó a contener sólo el 1% del metal que decía representar. Era la inflación en su manifestación más primitiva. Se instauró una economía de trueque, pues la escasez de moneda empujaba a los gobernantes a pagar en especie, pero los campos romanos no eran tan productivos. La escasez disparó el precio de los alimentos. Entre el año 255 y el 271, los cereales multiplicaron su valor por veinte. ¡Increíble para un Imperio que siempre había disfrutado de precios muy moderados! La industria se hundió y se despoblaron las ciudades. La espléndida Roma de más de un millón de habitantes se convirtió en un poblacho de 300.000 al final del siglo V. La debilidad económica estuvo acompañada de luchas políticas que culminaron en el 472, cuando Odoacro, rey de los ostrogodos, eliminó al último emperador, Rómulo Augusto.

1348. La peste negra acabó con la mitad de la población del siglo XIV


Fiebre, escalofríos y una profunda sed recorrían el mundo desde Asia Central hasta los mismos cimientos de la Vieja Europa. Eran los síntomas de la peste negra de 1348. Una enfermedad virulentamente contagiosa que ratas y mercaderes habían traído del lejano Oriente con una espeluznante consecuencia: acabó con la mitad de la población mundial del siglo XIV. El desastre demográfico también descalabró la estructura económica. En Alemania, el 66% de las tierras de cultivo se quedaron sin dueño ante el fallecimiento de sus propietarios, y lo mismo ocurría en el resto de Europa. Los precios se desplomaron ante la falta de demanda. Aun así, la época fue bautizada como“ la edad de oro de los campesinos”, ya que la escasez de personal les permitía imponer las condiciones salariales. El rey Pedro I de Castilla tuvo que reunir a las Cortes en Valladolid, por ejemplo, para fijar por decreto precios y salarios. Pero ni ésta ni otras medidas similares tomadas en Europa fueron suficientes para frenar una depresión económica que se extendió durante casi un siglo.


Las crisis económicas mas traumáticas. La especulación del tulipan


1634. El tulipán: la inocente flor que despertó la historia de la especulación

¿Hay alguna flor tan bella como para que alguien pueda empeñar el sueldo de toda una vida por ella? Para los holandeses está claro que sí: el tulipán.

A principios del siglo XVI, Ogier Ghislaine de Busbecq, el embajador holandés en Turquía, introdujo esta flor en Europa. Tener tulipanes era un símbolo de distinción y prestigio. Pronto su belleza engatusó también a las clases menos pudientes y se desató la pasión por comprar bulbos. Cualquier lugar valía como centro de negociación, desde la prestigiosa Bolsa de Amsterdam hasta la más mugrienta de las tabernas de pueblo. Pobres y ricos, todos actuaban igual: vendían sus tierras, casas o joyas con tal de conseguir dinero para comprar bulbos. ¿El más apreciado? La variedad Semper Augustus. Por un solo ejemplar se llegaron a pagar hasta ¡6.000 florines! Una verdadera millonada en una Holanda en la que el salario medio estaba entre 200 y 400 florines, y una casa pequeña en la ciudad se podía conseguir por 300 florines. Los créditos aportaban el resto.

La paranoia llegó en 1637 con el establecimiento de un mercado de futuros, bautizado con un profético nombre: Windhandel (el negocio del viento). Ya no se compraban bulbos, sino la promesa de que se plantarían para recogerlos en la siguiente primavera. Pero un día comenzaron las suspicacias. El 3 de febrero 1637 se desató la venta desaforada y el consiguiente descenso de los precios. Millones de holandeses se arruinaron y el país necesitó décadas para superar la crisis.

Un objeto de deseo, una subida descontrolada de precios, especuladores, mercado de futuros, créditos irracionales. La tulipomanía presentó a la Historia los que serían ingredientes básicos de las crisis financieras.

1720-1772. Enriquecimiento rápido gracias a las compañías de acciones

Hacerse rico en poco tiempo y con el mínimo esfuerzo no fue un deseo exclusivo de los holandeses. La especulación con acciones fue una práctica generalizada a lo largo del siglo XVIII en Europa. Cientos de compañías ofrecían participaciones, mientras ciudadanos de todas las clases sociales ganaban dinero a espuertas. Especialmente llamativos fueron los casos de la Mississippi Company en París y la South Sea Company en Londres.

John Law, un individuo de dudosa reputación huido de la justicia británica y aficionado al juego, consiguió los favores del rey de Francia para fundar la Mississippi Company. Ésta, respaldada por la Banque Royale, también propiedad de Law, asumió parte de la deuda pública francesa y emitió acciones. Para disparar su precio, se autorizó a la Banque Royale a emitir billetes (supuestamente avalados por su valor en oro) y conceder créditos. Los especuladores de la Mississippi Company fueron los primeros en acuñar el término millonaire (que pasaría a la Historia) para describir el desmesurado aumento de las ganancias de muchos inversores. El delirio por Law y sus acciones fue especialmente intenso entre la damas. “Muchas estaban dispuestas a ofrecer cualquier parte de su cuerpo a cambio de acciones”, asegura Edward Chancellor en su libro Sálvese quien pueda. Entre las especuladoras más conocidas estuvo Alexandrine de Tencin, madre del famoso autor de La Enciclopedia, D’Alembert.

Mientras esto ocurría en París, en Londres la historia se repetía. Allí damas, señores, criados, y hasta el mismísimo rey Jorge I, vendían sus posesiones a cambio de acciones de la South Sea Company, propiedad de John Blunt. ¿Su atractivo? Tenía la exclusiva para comerciar con la América hispana.

El final también fue similar. Muchos inversores sabían que las espectaculares subidas de precio de las acciones no podían durar demasiado tiempo, pero confiaban en vender antes de la caída. Los más avezados exigieron el cambio de sus billetes y acciones por su equivalencia en oro. Ni Law ni Blunt tenían suficientes reservas para afrontar esa demanda y las acciones se desplomaron. En París, más de 15 personas perdieron la vida ante las puertas de la Banque Royale. Ni los más inteligentes se salvaron de la catástrofe. El propio Newton, el mismo que enunció la ley de la gravedad, perdió más de 20.000 libras invirtiendo en acciones de la South Sea.

1787-9. La Revolución Francesa se fraguó como consecuencia de una crisis económica

Los franceses se habían enterado: hacerse rico rápidamente no era tan fácil como les había hecho creer Law. Mucho peor: ni siquiera era posible prosperar decentemente en la Francia de finales del siglo XVIII. Una estricta legislación y la férrea disciplina de los gremios coartaban el libre desarrollo industrial. Los sistemas de pesos y medidas en cada región eran diferentes. Existían peajes lo bastante altos como para disuadir al más emprendedor de los comerciantes.

Para colmo, las ansias de recaudación del monarca estaban “invitando” a muchos campesinos a dejar de cultivar sus tierras, agobiados por los impuestos. El cielo tampoco estaba del lado francés en aquella época. Las condiciones climatológicas de 1787 y 1788 fueron realmente malas y las cosechas lo acusaron. La escasez de grano provocó un escandaloso aumento de los precios, hasta tal punto que un salario medio apenas alcanzaba para comprar el pan de cada día. Era el comienzo de la crisis que pondría fin al Antiguo Régimen. Las industrias cerraban por falta de clientes. Miles de trabajadores se quedaron en la calle, sin más alternativa que la mendicidad y el descontento. Los teóricos de la Revolución lo vieron claro: el caldo de cultivo para el levantamiento popular estaba servido.


Las crisis económicas mas traumáticas. La burbuja fianciera del ferrocarril


1836-1857. La “burbuja financiera” del ferrocarril

Liverpool-Manchester, 56 kilómetros en apenas hora y media. Una hazaña inimaginable en 1830 (una diligencia tardaba tres horas), se tornó realidad gracias a un nuevo invento: el ferrocarril. Desde Estados Unidos a Rusia, desde Londres a Madrid, el mundo se postraba ante los encantos de la “máquina de vapor”. Todos querían que el tren llegara a su ciudad y participaban en las cientos de empresas que lo hacían posible. Ya en 1836 se hablaba de la railwaymania, término inglés acuñado para describir la pasión mundial por las acciones de compañías ferroviarias. Pero este episodio fue peccata minuta comparado con la segunda fase de la crisis.

En 1844, la economía mundial y especialmente la inglesa iban viento en popa. Excedentes agrícolas, unos tipos de interés históricamente bajos... y compañías ferroviarias que no paraban de multiplicar sus ingresos. Repartían dividendos del 10%, cuatro veces más que el resto de sectores. Cada semana aparecía una docena de nuevos proyectos y se creó una prensa especializada que los ensalzaba a todos. Parlamentarios, hombres influyentes y ciudadanos corrientes se apresuraban a comprar acciones al mejor precio. Hubo quien llegó a multiplicar su inversión por quinientos. Pero ni todos los proyectos eran tan rentables, ni todas la acciones tan reales. Los rumores sobre contabilidades amañadas y estafadores sin escrúpulos que vendían acciones fantasma surcaron la City londinense. En junio de 1845, un informe del Parlamento reveló la identidad de 20.000 especuladores que habían suscrito acciones ferroviarias por valor de 2.000 libras cada uno. Por supuesto, su única intención era venderlas al día siguiente y recoger beneficios sin pagar una libra.

El Times, el Globe y el resto de grandes periódicos de la época vaticinaban la crisis un día sí y el otro también. Y llegó. El resto no difiere de las anteriores: caída en picado de las acciones, inversores arruinados, familias en la calle...

1929. El primer “crack” que hizo temblar al mundo

La novela El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, fijó para la Historia imágenes que en otras crisis habían pasado sin pena ni gloria. Hombres ambiciosos levantando imperios empresariales de la nada, una sociedad bañada en la opulencia, mujeres que bebían cócteles y fumaban mientras ordenaban comprar acciones (las de empresas automovilísticas eran las más deseadas) en la Bolsa de Nueva York, con la misma pasión con la que jugaban al bingo. Eran los felices años 20 en Estados Unidos. Comprar y vender en la Bolsa era mucho más lucrativo que cualquier otra actividad económica. Cuando una empresa como Anaconda Cooper, productora de cobre, podía ganar 20 millones de dólares en el mismo mes en que la cotización de ese metal caía un 25%. Pero, claro, ese país de 120 millones de habitantes tenía dos millones de especuladores. “Lo asombroso de la especulación de 1929 no era la participación masiva, sino el modo en que resultaba central para la cultura”, ha escrito el economista J. K. Galbraith. Así lo demuestra el periodista financiero de la época Edwin Lefèvre cuando transcribía en una crónica esta declaración de una mujer que acababa de perder un millón de dólares: “Mientras duró, lo pasé muy bien. Ignoraba que ganar dinero fuera tan divertido”, decía la afectada. Pero la diversión se acabó el jueves 24 de octubre. Ese día, 13 millones de títulos salieron a la venta sin que nadie estuviera dispuesto a comprarlos. La Bolsa de Nueva York cayó en picado y con ella las ilusiones de los norteamericanos. En un solo mes, el mercado perdió 30.000 millones de dólares. También fue El Gran Gatsby la novela que reprodujo la desgraciada estampa de hombres de negocios desesperados saltando desde los pisos más altos de los rascacielos neoyorquinos. Ilusos inversores que lo habían vendido todo y que en un solo día se vieron condenados a la más absoluta de las miserias.

La depresión de la economía norteamericana se contagió rápidamente a Europa. Los créditos que ayudaban al Viejo Continente a superar la crisis de la Primera Guerra Mundial se suspendieron, la inflación y el desempleo también se adueñaron de los países europeos. Fue la Gran Depresión. “La crisis terminó el 1 de septiembre de 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial”, sentencia el economista Ramón Tamames.


Las crisis económicas mas traumáticas. La crisi del petróleo de 1973


1973. Todo el planeta pendiente del petróleo

Octubre de 1973. Las naciones agrupadas en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) embargan el suministro a Estados Unidos y otros aliados y disparan el precio del barril de petróleo. Es la represalia árabe por el apoyo norteamericano a Israel en la guerra del Yom Kippur. El embargo apenas duró un año, pero fue suficiente para provocar una profunda recesión en la economía mundial.

El precio del crudo se cuadruplicó en sólo tres meses. De 4 a 16 dólares por barril. La factura petrolífera de los países europeos pasó de una media de un 1,5% de su PIB al 5%. Todas las economías del planeta se contrajeron. La producción industrial se paralizó y surgió un nuevo fantasma económico: la estagflación. Una combinación de alta inflación con estancamiento económico (las bajadas de la producción industrial) llegaron al 20%). La principal repercusión de esta crisis fue que millones de ciudadanos perdieron sus empleos. La media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pasó del 5% en 1974 al 10% en 1982. El descubrimiento de nuevos yacimientos petrolíferos en el Mar del Norte, la fabricación de coches de bajo consumo y el desarrollo de nuevas industrias como la comunicación y la informática permitieron superar la crisis. Pero dejó secuelas: desde entonces, las economías desarrolladas viven pendientes de la cotización diaria del oro negro. Especialmente en estos días que su precio está en máximos históricos.

1994. El “efecto dragón”: la globalización

¿Es posible que una sola persona sea capaz de hacer que se tambalee la economía de un país? Al menos, el famoso financiero George Soros fue acusado de ello en 1997, cuando el Banco Central de Tailandia tuvo que devaluar su moneda, el baht, ante un ataque especulativo. Obviamente, Soros no estaba solo: tenía a su vera a los grandes fondos internacionales y otros especuladores que se dedicaron a comprar masivamente dólares para mermar la estabilidad del bath.

Tailandia era uno de los países de los llamados Tigres Asiáticos, como Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Malasia e Indonesia. Todos se habían convertido en la niña bonita de los capitales privados del planeta durante los noventa. Tanto, que la inversión internacional pasó de 50.000 millones de dólares en 1990 a 304.000 millones en 1996. Les atraía un espectacular crecimiento económico y una mano de obra extremadamente barata.

El punto débil de los Tigres era su debilidad financiera: un descomunal endeudamiento de las arcas públicas y monedas nacionales ligadas a un cambio fijo con el dólar americano. Fue esta debilidad la que atrajo a los especuladores. Derrumbada Tailandia, le tocó el turno a Malasia el 27 de agosto, y el 23 de octubre a Hong Kong. Ese día, los pequeños inversores asiáticos perdieron más de 40.000 millones de dólares. Inversores de todo el mundo se retiraron de las Bolsas por miedo al contagio. Se trataba del efecto dragón. Como en otros casos, la crisis se extendió por todo el mundo, con una diferencia: en esta ocasión, los mercados financieros mundiales se derrumbaron en un solo día. Eran las consecuencias de la globalización: libertad de capitales e información al minuto.

Pero los disgustos no acabaron en Asia. Unos meses después era Brasil quien devaluaba el real para afrontar su crisis financiera. Muchos analistas consideran que esta situación se debió a que los especuladores habían iniciado un segundo ataque. Esta vez contra las frágiles economías sudamericanas, también muy endeudadas.

2001. Internet: ¿la última burbuja?

Si a finales del siglo XIX los humanos se habían vuelto medio locos por los ferrocarriles, un siglo después la historia se repetía con un nuevo invento: Internet. “Es una crisis calcada a la de los ferrocarriles”, asegura el economista Paul Isbell. Efectivamente, las nuevas compañías, bautizadas como puntocom, aparecían como setas. Se desarrolló una importante prensa especializada en torno a Internet (como en su momento ocurrió con los ferrocarriles). La pasión se extendió por todo el planeta: en 1996 libros, películas, artículos, exhibiciones sobre la nueva Red de redes abrumaban a los inversores. Las empresas tradicionales de “ladrillo y cemento” parecían desterradas. Sobre todo, cuando empresas recién creadas como Terra valían en Bolsa mucho más que la vetusta Telefónica.

En 1999, algunos ya advertían que la euforia no podría durar demasiado. “Internet es una quimera y los inversores están participando en una lotería. La mayoría de esas compañías está destinada al fracaso”, auguraba Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal Americana.Y así fue. En marzo de 2000, el mundo descubre que más de la mitad de las empresas de Internet no son rentables y su valor se derrumba en Bolsa. Compañías tan solventes como la NBC cierran sus páginas en la Red. Más de la mitad de las puntocom desapareció. Pero, como hemos visto a lo largo de la Historia, los errores se repiten ¿Volverán los seres humanos a tropezar en la misma piedra?

Fuente: Revista Muy interesante año 2004

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