El espíritu guerrero del mundo medieval tuvo un nombre que lo representó hasta su máxima gloria: Carlomagno. De aspecto físico imponente (media cerca de 1,90 metros), su pasión por el campo de batalla provenía directamente de su linaje, del cual heredaba no sólo la fidelidad de la aristocracia, sino también las posesiones, dones y cargos.
Carlomagno, el señor de la guerra
Carlomagno recogió la estela dejada por su abuelo Carlo Martel –vencedor de los musulmanes en Poitiers- y por su padre Pipino, iniciador de los conflictivos contra los lombardos, los daneses, los eslavos y los ávaros. Llegado al poder con 21 o 26 años –-no se sabe con certeza su fecha de nacimiento- el monarca tuvo que ocuparse ordenadamente de estos flancos tan estratégicos: el 774 conquistó el reino de los lombardos —ponían en peligro los intereses francos con el Papado—; el 796 sometió a los ávaros —en pugna por la hegemonía continental— y en el 804, tras treinta dos años de cruentas guerras, liquidó al enemigo sajón.
La espada de Carlomagno estaba permanentemente al rojo vivo, esperando conquistar nuevas fronteras. Pero, ¿Cuál era la razón de tantas victorias? Podría decirse que el motivo de tanto éxito se fundamentaba en la gran capacidad estratégica de Carlomagno y al mismo tiempo en la organización interna de los ejércitos. Alrededor del soberano se reunían los magnates laicos y las grandes figuras eclesiásticas, figuras imprescindibles para ejercer poderosamente el reinado. Éstos, como el resto de vasallos del rey, debían aportar combatientes y pertrechos, y aunque marchasen con las tropas, no solían entrar en combate.
Carlomagno, el señor de la guerra. Coronación.
Las asambleas eran otro factor relevante; en aquellas asistían los hombres libres y el rey decidía la guerra. Sin embargo, los lantweri sólo se convocaban en caso de amenazas de invasiones. En caso contrario –planteamiento de una invasión- se reclutaban las tropas en las zonas próximas al objetivo. A partir del 807 surgió una distinción entre partants —participantes— y los aidants — colaboradores—. Los últimos se encargaban de sufragar entre varios un equipo militar para poder equipar el combatiente, ya que esto suponía un gran coste económico; en el caso de los guerreros a caballo se debían reunir junto a la brunia —especie de coraza— un gran despliegue de protecciones y armas: la lanza, el escudo, la espada larga, la corta, el arco y el carcaj con flechas.
La logística, el plan de ataque y su afán por la persecución de sus objetivos le aseguró victoria tras victoria. Dijo Eginhardo en el siglo XI «sabiendo muy bien cómo afrontar y sostener cada situación según las circunstancias, no cedía en la adversidad ni se dejaba llevar, en la prosperidad, por el falso halago de la fortuna».
Fuente
http://www.historiang.com/articulo.jsp?id=1218058
|