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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Personalidad seductora. El dandy

El Arte de la Seducción > Cómo crearte una personalidad seductora

Casi todos nos sentimos atrapados en los limitados papeles que el mundo espera que actuemos. Al instante nos atraen quienes son más desenvueltas, más ambiguos, que nosotros: aquellos que crean su propio personaje.

Los
dandys nos excitan porque son inclasificables, y porque insinúan una libertad que deseamos, juegan con la masculinidad y la feminidad; inventan su imagen física, asombrosa siempre; son misteriosos y elusivos.

Apelan también al narcisismo de cada sexo: para una mujer son psicológicamente femeninos, para un hombre son masculinos. Los dandys fascinan y seducen en grandes cantidades. Usa la eficacia del dandy para crear una presencia ambigua y tentadora que agite deseos reprimidos.



Cuando en 1913, a los dieciocho años de edad, Rodolfo Guglielmi emigró de Italia a Estados Unidos, no tenía ninguna habilidad particular más allá de su buena apariencia y su destreza para bailar. A fin de aprovechar estas cualidades, buscó trabajo en los "thés dansants", salones de baile de Manhattan a los que iban jóvenes solas o con amigas y pagaban a un acompañante de baile para divertirse un rato.

El bailarín las hacía girar hábilmente por la pista, galanteaba y charlaba con ellas, todo por una cuota reducida. En poco tiempo, Guglielmi se hizo fama de ser uno de los mejores: grácil, desenvuelto y guapo. Puesto que trabajaba como pareja de baile, Guglielmi pasaba mucho tiempo con mujeres. Pronto supo qué les agradaba: cómo ser su reflejo en formas sutiles, cómo relajarlas (aunque no demasiado). Así, empezó a prestar atención a su atuendo, y se creó una apariencia atildada: bailaba con un corsé bajo la camisa para procurarse una figura esbelta, lucía un reloj de pulsera (considerado afeminado en esos días) y decía ser marqués. En 1915 consiguió empleo bailando tango en restaurantes de lujo, y cambió su nombre por el más evocativo de
Rodolfo di Valentino. Un año después se mudó a Los Angeles: quería triunfar en Hollywood. Conocido desde entonces como Rodolfo Valentino, Guglielmi apareció como extra en varias películas de bajo presupuesto. Obtuvo por fin un papel más importante en Eyes of Youtk (Ojos de juventud, 1919), cinta en la que interpretaba a un seductor y en la que llamó la atención de las mujeres por ser un galán tan poco común: sus movimientos eran elegantes y delicados, su piel tan suave y tan bello su rostro que cuando se abalanzaba sobre su víctima y ahogaba sus protestas con un beso parecía más emotivo que siniestro.

Luego vino The Fowr Horsemen of the Apocdlypse (Los cuatro jinetes del Apocalipsis), en la que hizo el papel protagónico masculino, Julio, el playboy, y que lo convirtió de la noche a la mañana en sex symbol, a causa de una secuencia de tango en la que seducía a una joven llevándola al bailar. Esta escena condensó la esencia de su atractivo: pies libres y desenvueltos, un porte casi femenino y, entrelazado con ello, un plante de control. Las mujeres del público literalmente se desvanecían cuando
Valentino se llevaba a los labios las manos de una mujer casada, o cuando compartía con su amante la fragancia de una rosa. Parecía mucho más atento con las mujeres que la generalidad de los hombres, pero esa delicadeza se combinaba con un dejo de crueldad y amenaza que enloquecía a las damas.



En su película más famosa, The Sheik (El Sheik), Valentino interpretó a un príncipe árabe (del que después se sabe que es un caballero escocés abandonado en el Sahara desde bebé) que rescata a una altiva dama inglesa en el desierto, tras de lo cual la conquista en una forma que raya en violación. Cuando ella le pregunta: "¿Por qué me trajiste aquí?", él contesta: "¿No eres lo bastante mujer para saberlo?". Con todo, ella termina enamorándose de él, como las mujeres en los cines del mundo entero, estremecidas por su extraña mezcla de masculinidad y feminidad. En otra escena de The Sheik, la dama inglesa apunta un arma contra
Valentino; la reacción de él es apuntarle con una delicada boquilla de cigarro. Ella usa pantalones, él túnicas largas y sueltas, y abundante maquillaje de ojos. Películas posteriores incluirían escenas de Valentino vistiéndose y desvistiéndose, una suerte de striptease que exhibía destellos de su cuerpo estilizado. En casi todos sus filmes él encarnó un exótico personaje de época -un torero español, un raja indio, un jeque árabe, un noble francés-, y parecía gozar con ponerse joyas y uniformes ajustados. En la década de 1920 las mujeres empezaron a experimentar con una nueva libertad sexual. En vez de esperar a que un hombre se interesara en ellas, querían tener la posibilidad de iniciar la relación, aunque seguían deseando enamorarse perdidamente de él. Valentino comprendió esto a la perfección. Su vida fuera de la pantalla coincidía con su imagen en el cine: se ponía pulseras, vestía impecablemente y, se decía, era cruel con su esposa, y la golpeaba. (Su amantísimo público ignoró prudentemente sus dos matrimonios fallidos y su, al parecer, inexistente vida sexual.) Su súbita muerte -en Nueva York en agosto de 1926, a los treinta y un años de edad, por complicaciones de una operación de úlcera- provocó una reacción inusitada: más de cien mil personas desfilaron ante su féretro, muchas dolientes sufrieron ataques de histeria y la nación entera se mostró consternada. Nunca antes había sucedido nada igual a propósito de un simple actor.



Hay una película de
Valentino, Monsieur Beaucaire, en la que él personifica a un frívolo absoluto, papel mucho más afeminado que los que acostumbraba interpretar, y sin su usual dejo de peligro. Fue un fiasco. Como loca, Valentino no emocionó a las mujeres. A ellas les estremecía la ambigüedad de un hombre que compartía muchos de sus rasgos, pero que no por ello dejaba de ser hombre. Valentino se vestía como mujer y jugaba con su físico como si fuera un cuerpo femenino, pero su imagen era masculina. Cortejaba como lo haría una mujer si fuera hombre: pausada y consideradamente, prestando atención a los detalles, fijando un ritmo en vez de apresurar la conclusión. Pero llegado el momento de la osadía y la conquista, su cadencia era impecable, y arrollaba a su víctima sin darle oportunidad para protestar. En sus películas, Valentino practicó el mismo arte de gigoló de llevar a una mujer, mismo que dominó desde adolescente en la pista de baile: conversar, galantear y complacer, pero siempre ejerciendo el control.



Valentino sigue siendo un enigma. Su vida privada y su personalidad están envueltas en el misterio; su imagen continúa seduciendo como lo hizo en vida. El fue el modelo de Elvis Presley, quien se obsesionó con esta estrella del cine mudo, y del dandy moderno, que juega con el género pero preserva un filo de peligro y crueldad. La seducción fue y será siempre la forma femenina del poder y la guerra. Originalmente fue el antídoto contra la violación y la brutalidad. El hombre que usa esta forma de poder con una mujer invierte en esencia el juego, ya que emplea contra ella armas femeninas; sin perder su identidad masculina, cuanto más sutilmente femenino se vuelve, más eficaz es la seducción. No seas de quienes creen que lo más seductor consiste en ser devastadoramente masculino. El dandy femenino tiene un efecto mucho más turbador. Tienta a la mujer justo con lo que a ella le gusta: una presencia conocida, grata, elegante. Puesto que es reflejo de la psicología femenina, ostenta un cuidado en su apariencia, sensibilidad a los detalles y cierto grado de coquetería, pero también un toque de masculina crueldad. Las mujeres son narcisistas y se enamoran de los encantos de su sexo. Al presentarles un encanto femenino, un hombre puede hipnotizarlas y desarmarlas, y volverlas vulnerables a un embate masculino audaz. El dandy femenino puede seducir a gran escala. Ninguna mujer lo posee de verdad -es demasiado elusivo-, pero todas pueden fantasear con que lo hacen. La clave es la ambigüedad: la sexualidad del dandy es decididamente heterosexual, pero su cuerpo y psicología fluctúan deliciosamente entre uno y otro polo.

Soy mujer. Todo artista es mujer y debe sentir gusto por las demás mujeres. Los homosexuales no pueden ser verdaderos artistas porque les gustan los hombres, y como son mujeres vuelven a la normalidad.
-Pablo Picasso.

Fuente:
EL ARTE DE LA SEDUCCION, Robert Greene

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