El Criterio. Jaime Balmes
Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres.
Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma.
Regla 1� para juzgar de la conducta de los hombres
No se debe fiar de la virtud del com�n de los hombres puesta a prueba muy dura.
La raz�n es clara: el resistir a tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. �sta se halla en pocos. La experiencia nos ense�a que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir, y la Escritura nos previene que quien ama el peligro perecer� en �l.
Sab�is que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros cuando todo el mundo le considera en posici�n muy desembarazada. Su honor, el porvenir de su familia est�n pendientes de una operaci�n poco justa, pero muy beneficiosa. Si se decide a ella todo queda remediado; si se abstiene, el fatal secreto se divulga y la perdici�n total es inevitable. �Qu� har�? Si en la operaci�n pod�is salir perjudicado, precaveos a tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situaci�n regular no amenazaba ruina, est� ahora abatido por un furioso hurac�n.
El Criterio. Jaime Balmes
Ten�is noticia de que dos personas de amable trato y bella figura han trabado relaciones muy �ntimas y frecuentes; ambos son virtuosos, y aun cuando no mediaran otros motivos, el honor debiera bastar a contenerlos en los debidos l�mites. Si ten�is inter�s en ello, tomad vuestro partido cun presteza; si no, callad, no juzgu�is temerariamente; pero rogad a Dios por ambos, que las oraciones podr�n no ser in�tiles.
Est�is en el gobierno, los tiempos son malos, la �poca cr�tica, los peligros muchos. Uno de vuestros dependientes, encargado de un puesto importante, se halla asediado noche y d�a por un enemigo que dispone de largas talegas. El dependiente es honrado, seg�n os parece; tiene grandes compromisos por vuestra causa, y, sobre todo, es entusiasta de ciertos principios y los sustenta con mucho acaloramiento. A pesar de todo, ser� bueno que no perd�is de vista el negocio. Har�is muy bien en creer que el honor y las convicciones de vuestro dependiente no se rajar�n con los golpes de un ariete de cincuenta mil pesos fuertes; pero ser� mejor que no lo prob�is, mayormente si las consecuencias fuesen irreparables.
El Criterio. Jaime Balmes
Un amigo os ha hecho grandes ofrecimientos, y no pod�is dudar que son sinceros. La amistad es antigua, los t�tulos muchos y poderosos, la simpat�a de los corazones est� probada y, para colmo de dicha, hay identidad de ideas y sentimientos. Pres�ntase de improviso un negocio en que vuestra amistad le ha de costar cara; si no os sacrifica, se expone a graves p�rdidas, a inminentes peligros. Para lo que pudiera suceder, resignaos a ser v�ctima, temed que las afectuosas protestas se quedar�n sin cumplirse y que, en cambio de vuestro duelo, se os pagar� con una satisfacci�n tan gemebunda como est�ril.
Est�is viendo a una autoridad en aprieto; se la quiere forzar a un acto de alta trascendencia, a que no puede acceder sin degradarse, sin faltar a sus deberes m�s sagrados, sin comprometer intereses de la mayor importancia. El magistrado es, naturalmente, recto; en su larga carrera no se le conoce una felon�a, y su entereza est� acompa�ada de cierta firmeza de car�cter. Los antecedentes no son malos. Sin embargo, cuando ve�is que la tempestad arrecia, que el mot�n sube ya la escalera, cuando golpee a la puerta del gabinete el osado demagogo que lleva en una mano el papel que se ha de firmar y en otra el pu�al o una pistola amartillada, temed m�s por la suerte del negocio que por la vida del magistrado. Es probable que no morir�: la entereza no es el hero�smo.
Con los anteriores ejemplos se echa de ver que en algunas ocasiones es l�cito y muy prudente desconfiar de la virtud de los hombres, lo que acontece cuando el obrar bien exige una disposici�n de �nimo que la raz�n, la experiencia y la misma religi�n nos ense�an ser muy rara. Es claro, adem�s, que para sospechar mal no siempre ser� menester que el apuro sea tal como se ha pintado. Para el com�n de los hombres suele bastar mucho menos, y para los decididamente malos, la simple oportunidad equivale a vehemente tentaci�n. As�, no es posible se�alar otra regla para discernir los casos, sino que es preciso atender a las circunstancias de la persona que es el objeto del juicio, graduando la probabilidad del mal por su habitual inclinaci�n a �l o su adhesi�n a la virtud.
De estas consideraciones nacen las otras reglas. |