Nuestras barreras naturales
Esconderse tras una barrera es una reacción instintiva que realizamos cuando nos sentimos amenazados. Según algunos estudiosos de la psicología social, como Erhard Thiel, en lo que se refiere a la comunicación esa función la realizan las extremidades. Para Thiel, cruzar los brazos y las piernas es una reminiscencia de un gesto prehistórico que en el caso de los miembros superiores tenía por objeto proteger el corazón y en el de los inferiores, los genitales.
Lenguaje corporal. Brazos cruzados
Sin embargo, por sí solas, estas posturas apenas puede decirnos nada, pues para muchas personas se trata simplemente de una posición cómoda o que alivia una sensación de frío. Interpretados junto con otros ademanes que nos aporten más pistas, el gesto estándar de cruzar los brazos se convierte en la forma universal de expresar una actitud negativa o defensiva y, sin duda, es la respuesta más habitual que da nuestro cuerpo cuando no estamos de acuerdo con algo que se dice. La intensidad con la que se cruzan las extremidades es fundamental: cuanto más se aprietan los brazos, mayor es la necesidad defensiva del que escucha.
Con una preparación adecuada se aprende intuitivamente a disimular este gesto. Así, los oradores recurren a un cruce parcial de brazos, como sujetarse uno por delante del pecho, cogerse las manos, tocarse el reloj, el bolso o cualquier otro objeto que esté cerca del brazo contrario.
En ocasiones, se da conjuntamente el cruce de brazos y el de piernas, que se interpreta como que el oyente se ha abstraído de la conversación. Otra cosa es si se permanece de pie. Entonces, el cruce de piernas, especialmente combinado con el cruce de brazos, denota que la persona no conoce bien con quien habla.
La seducción continua
Al sociólogo estadounidense Allan Pease, uno de los mayores expertos en lenguaje corporal, le entusiasma hablar de su amigo Graham. Según este investigador es sorprendente la facilidad de este individuo para llegar a una fiesta, mirar alrededor suyo y detectar las mujeres que inmediatamente se muestran interesadas en mantener con él una agradable conversación y, en muchos casos, acompañarle luego a su piso. A Pease no le extrañó en absoluto comprobar que Graham era considerado por la mayoría de ellas como un tipo varonil, atento y encantador, mientras que los hombres solían referirse a su amigo como un verdadero rufián, entre otras cosas menos agradables. En realidad, el tal Graham es un verdadero experto en detectar quiénes se sienten especialmente atraidos hacia él a partir de sus señales no verbales.
En los humanos, al igual que sucede en muchos animales, el ritual del cortejo produce verdaderos cambios fisiológicos. Cuando pasa una persona del sexo opuesto que consideramos “sugestiva” nuestro tono muscular aumenta, disminuye la flojedad del cuerpo, se retrae el estómago y adoptamos una posición erecta. Es fácil darse cuenta del interés erótico si se observa detenidamente. Los hombres se arreglan invisibles defectos en la ropa, retiran imperceptibles motas de polvo de la misma o se pasan una mano por el cabello. De una forma más agresiva, algunos pueden poner las manos en las caderas para resaltar su condición física o incluso pueden situar los pulgares en el cinturón o en los bolsillos, destacando la zona genital y dando, a la vez, una sensación de seguridad en sí mismos. Además, es posible que giren levemente el cuerpo hacia la persona que les motiva y que desplacen un pie hacia ella. Si están realmente interesados en captar su atención, sostendrán la mirada durante una fracción de segundo más de lo normal y, si se observa de cerca, será perceptible cómo se dilatan sus pupilas.
Lenguaje corporal. Seducción
Las mujeres utilizan tácticas parecidas. También se alisan la ropa o se tocan el cabello cuando se muestran interesadas, pero su despliegue es abrumadoramente mayor. La excitación les dilata las pupilas aún más que a los hombres. Además, suelen sacudir la cabeza hacia atrás, exhibir las muñecas lentamente, las palmas e incluso separar ligeramente las piernas si están sentadas. Si andan, acentuarán la ondulación de las caderas. En cualquier caso, suelen echar miradas de reojo, lo que produce una sensación de complicidad con quien es observado y se humedecen los labios. Por el contrario, señalan más discretamente que los hombres con el pie, aunque lo pueden hacer con el zapato si están sentadas o con la rodilla.
Sin embargo, no nos engañemos. Según aclara Allan Pease, aunque ambos rituales de cortejo puedan tener puntos en común, los masculinos son tan eficaces como intentar pescar en un río golpeando a los peces en la cabeza con un palo. No hay duda. Las mujeres tienen más recursos y habilidades que los hombres para la pesca. Fuente: Abraham Alonso, en la revista Muy Interesante
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