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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Las 48 leyes del poder. Ley 24 SEA EL CORTESANO PERFECTO

Estrategias de Occidente > Las 48 leyes del poder. Robert Greene > Las 48 leyes del poder. Robert Greene 13-24

El cortesano perfecto, adulador e intrigante, prospera y alcanza su plenitud en un mundo en el cual todo gira en torno del poder y de la habilidad política. Domina a la perfección el arte de la oblicuidad. Adula, se somete a sus superiores y reafirma su poder sobre los demás de la forma más encantadora y graciosamente indirecta y falsa. Aprenda a aplicar las leyes del cortesano, y su ascenso dentro de la corte no conocerá límites.


Las 48 leyes del poder. Ley 24 SEA EL CORTESANO PERFECTO


La sociedad cortesana
Es una realidad de la naturaleza humana que la estructura de una sociedad cortesana se conforma en torno del poder. En el pasado, la corte se reunía alrededor del gobernante de turno y cumplía diversas funciones: además de divertir y entretener al soberano, era una forma de reafirmar las jerarquías de la realeza, la nobleza y las clases altas de la sociedad, así como de mantener a la nobleza a la vez subordinada y cercana al gobernante, a fin de que éste pudiese controlarla. La corte sirve al poder de muchas maneras, pero sobre todo glorifica al soberano, al rodearlo de un microcosmos obligado a esforzarse por complacerlo.

Ser un cortesano era un juego peligroso. Un viajero árabe del siglo XIX, que había llegado a la corte de Darfur, (hoy Sudán), relató que allí los cortesanos debían hacer todo lo que hacía el sultán: si éste se había lastimado, debían infligirse la misma herida, si se caía del caballo durante una expedición de caza, también ellos debían caerse. Esta mimetización solía observarse en las cortes de todo el mundo. Aun así, se corrían graves riesgos de desagradar al soberano: un movimiento en falso podía causar la muerte o el exilio. El cortesano exitoso dominaba el arte de hacer equilibrio sobre la cuerda floja: debía complacer, pero no demasiado, obedecer pero diferenciándose de algún modo de los demás cortesanos, evitar distinguirse tanto que provocara inseguridad en el gobernante.

Los grandes cortesanos de la historia han dominado la ciencia de la manipulación. Son quienes hacen que el rey se sienta más real y que todos los demás teman su poder de cortesano. Son los magos de la apariencia, pues saben que en la corte la mayoría de las cosas se juzgan según lo que parecen. Los grandes cortesanos son amables y corteses. Su agresión es indirecta y velada. Son maestros de la palabra, nunca dicen más de lo estrictamente necesario y sacan el mayor beneficio tanto de un cumplido como de un insulto velado. Son imanes del placer, la gente busca su presencia porque saben cómo agradar, aunque nunca recurren a la lisonja servil ni se humillan. El gran cortesano se convierte en el favorito del rey y disfruta de todos los beneficios de tal posición. A menudo, termina siendo más poderoso que el propio soberano, pues es un mago de la acumulación de influencia.


Las 48 leyes del poder. Ley 24 SEA EL CORTESANO PERFECTO


Hoy en día, muchos consideran la vida cortesana como una reliquia del pasado, una curiosidad histórica. Según
Maquiavelo, razonan "como si los cielos, el Sol, los elementos y los hombres hubiesen cambiado el orden de sus movimientos y su potencia, y fuesen diferentes de lo que eran en otros tiempos". Si bien ya no existe ningún Rey Sol, todavía hay muchas personas que creen que el Sol gira en torno de ellas. La corte real podrá haber desaparecido, o al menos perdido su poder, pero las cortes y los cortesanos todavía existen, por el simple hecho de que sigue existiendo el poder. Hoy es muy raro que se le exija a un cortesano caerse del caballo como su amo, pero las leyes que gobiernan las políticas de la corte son tan atemporales como las leyes del poder. Por lo tanto, hay mucho que aprender de los grandes cortesanos, tanto del pasado como del presente.

El delicado juego del cortejo: una advertencia
Talleyrand fue el prototipo del cortesano consumado, sobre todo en lo relativo a servir a su amo, Napoleón. Cuando los dos hombres recién comenzaban a conocerse, Napoleón dijo una vez, como al pasar: "Uno de estos días iré a almorzar a su casa". Talleyrand poseía una casa en Auteuil, en los suburbios de París. "Encantado, mon général -respondió el ministro-. Y, dado que mi casa está cerca del Bois de Boulogne, por la tarde podrá entretenerse practicando tiro."

"No me gusta practicar tiro -contestó Napoleón-, pero me encanta cazar. ¿En el Bois de Boulogne hay jabalíes?" Napoleón era oriundo de Córcega, donde la caza del jabalí era uno de los deportes más importantes. Al preguntar si había jabalíes en un parque parisiense, quedaba como un aldeano rústico, carente de cultura ciudadana. Talleyrand no se echó a reír pero no pudo resistir la tentación de gastar una broma al hombre que era ahora su jefe político, aunque no su superior en sangre y alcurnia, dado que Talleyrand provenía de una antigua familia de aristócratas. A la pregunta de Napoleón simplemente contestó: "Quedan muy pocos, mon général, pero me atrevo a decir que logrará encontrar al menos uno".

Se convino que Napoleón llegaría a la casa de Talleyrand a las siete de la mañana del día siguiente. La "caza del jabalí" se realizaría por la tarde. Durante toda la mañana, el general, muy excitado, no hizo sino hablar de la caza del jabalí. Entre tanto, Talleyrand, en secreto, había enviado a sus sirvientes al mercado, con órdenes de comprar dos enormes cerdos negros y llevarlos al parque.


Las 48 leyes del poder. Ley 24 SEA EL CORTESANO PERFECTO. Talleyrand


Después del almuerzo, los cazadores y sus perros se dirigieron al Bois de Boulogne. A una disimulada señal de Talleyrand, los sirvientes soltaron a uno de los cerdos. "Veo un jabalí", gritó Napoleón con alegría, montó a caballo y se lanzó tras la presa. Talleyrand se mantuvo en la retaguardia. Al cabo de más de una hora de galopar por el parque, al fin capturaron al "jabalí". Sin embargo, en el momento del triunfo, uno de los ayudantes de Napoleón, que sabía que aquel animal no podía ser un jabalí y temía que el general quedara en ridículo una vez que la historia se difundiera, se le acercó y le dijo: "Su Excelencia, por supuesto, habrá notado que esto no es un jabalí sino un cerdo".

Furioso, Napoleón se dirigió al galope hacia la casa de Talleyrand. Comprendió que sería blanco de muchas bromas y que enfurecerse con Talleyrand sólo lo haría quedar más en ridículo aún.

Le convenía tomar el incidente con humor. Sin embargo, no logró ocultar demasiado bien su fastidio.

Talleyrand intentó calmar el herido amor propio del general. Le pidió que todavía no regresara a París, que valía la pena volver al parque para cazar. En el Bois de Boulogne solía haber gran cantidad de conejos silvestres, y la caza de estos animales había sido el pasatiempo preferido de Luis XVI. Talleyrand hasta le ofreció a Napoleón prestarle un juego de rifles que habían pertenecido a Luis XVI. Tras muchos elogios y halagos, consiguió que Napoleón, una vez más, aceptara salir de caza.

Al caer la tarde, el grupo se dirigió al parque. En el camino, Napoleón le dijo a Talleyrand: "Yo no soy Luis XVI, estoy seguro de que no mataré un solo conejo". Sin embargo, aquella tarde había gran cantidad de conejos en el parque. Napoleón mató al menos cincuenta, y su humor pasó del enojo a la satisfacción. Al final de la cacería, el mismo ayudante se le acercó para susurrarle al oído: "A decir verdad, Su Excelencia, temo que éstos no son conejos silvestres. Sospecho que el tramposo de Talleyrand ha vuelto a gastarnos una broma". (Estaba en lo cierto: Talleyrand había enviado otra vez a sus sirvientes al mercado, para que compraran docenas de conejos y luego los soltaran en el Bois de Boulogne.)

Napoleón volvió a montar de inmediato y partió al galope, esta vez regresó directamente a París. Más adelante amenazó a Talleyrand y le advirtió que no le contara a nadie lo sucedido en el parque, pues si él se convertía en el hazmerreír de todo París, su ministro habría de pagarlo muy caro.

Pasaron seis meses hasta que Napoleón volvió a confiar en Talleyrand, pero nunca le perdonó por completo aquella humillación.

Interpretación
Los cortesanos son como los magos: juegan sutilmente con las apariencias y sólo dejan ver a los demás lo que ellos quieren que vean. Entre tanto engaño y manipulación, resulta esencial que usted impida que los demás detecten sus trampas y sus trucos.

Talleyrand era el Gran Prestidigitador de la Corte y, de no haber sido por el ayudante de Napoleón, quizás habría logrado complacer a su amo y al mismo tiempo divertirse a su costa. Pero el cortejo es un arte sutil, y un detalle que se haya pasado por alto o un error inadvertido pueden arruinar el mejor truco. Nunca se arriesgue a ser descubierto en sus maniobras. Nunca permita que la gente descubra sus tretas. Si esto sucede, de inmediato dejarán de considerarlo un hábil cortesano y lo condenarán por tosco y detestable. Este es un juego muy delicado: dedique la máxima atención al modo de cubrir sus huellas, y nunca permita que su amo lo desenmascare.


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