Cuando el sentimiento se mitiga
Tienes una persona que se ha desenvuelto bien en la vida, alguien con relaciones, amigos, matrimonio y una carrera de éxito”, relata Damasio. “Y, de pronto, todo cambia a raíz de un infarto cerebral o un tumor. Y el cambio se produce en el ámbito de la toma de decisiones diarias, no en el ámbito del conocimiento o el talento”. Damasio empezó a sospechar que la incapacidad de sus pacientes para mostrar emociones se estaba convirtiendo en un obstáculo para que razonaran.
En su libro El error de Descartes, Damasio cuenta la historia de cómo le pidió a un paciente que eligiera una de dos fechas posibles para su próxima cita: “El comportamiento que siguió… fue sorprendente”, escribe. “Durante casi media hora, el paciente enumeró razones a favor y en contra de cada una de las dos fechas: compromisos adquiridos con anterioridad, las posibles condiciones meteorológicas, cualquier cosa que se le pudiera ocurrir a uno en relación con una simple fecha… Nos estaba haciendo pasar por un tedioso análisis de costes y beneficios, y una comparación infructuosa de opciones y posibles consecuencias”.
A primera vista, este análisis infinito suena a fallo del razonamiento, pero Damasio sospechaba que había una causa más profunda. “Toda esa gente compartía un rasgo común: sus emociones estaban mitigadas”, continúa Damasio. “Estaban aplacados, en comparación a como eran antes, y en comparación a lo que normalmente esperamos de las personas. Las emociones sociales –la vergüenza, el bochorno– estaban especialmente mitigadas”
Conmoción e indiferencia
¿Por qué hay imágenes con una fuerte carga emocional que pasan sin pena ni gloria ante nuestros ojos?
Un colega de Damasio, Dan Tranel, realizó experimentos en los que mostró a personas imágenes muy emotivas –terremotos, inundaciones…– y monitorizó la respuesta autónoma de sus cuerpos, regulada en parte por la amígdala. Los pacientes con los centros emocionales dañados ofrecían respuestas anodinas, y los sujetos normales se estremecían. Pero incluso para cualquier sujeto “normal”, hay imágenes terribles que pasan sin pena ni gloria. El 11-S cambió el mundo, pero la guerra de Sudán, que ha provocado 2 millones de muertos, pasa desapercibida. ¿Cuál es la razón? Según Ana Barrón, profesora de la Universidad Complutense de Madrid: “Reaccionamos cuando nos sentimos amenazados”. Es lo que ha ocurrido con la guerra de Irak y con los atentados del 11-M.
La respuesta corporal
A partir de esa certeza, construyó su teoría sobre la idea de lo que ha llamado “marcadores somáticos”, un concepto clave. Los marcadores existen en forma de respuesta corporal: el abdomen que se tensa por el miedo, los hombros sacudidos por una risa…
Los acontecimientos que provocan esos tipos de reacciones corporales manifiestas están cifrados en recuerdos positivos o negativos, que son en su mayor parte subliminales y que afectan a las respuestas intuitivas que damos a las situaciones cotidianas. Cuando se enfrenta a una decisión, el sistema emocional etiqueta cada opción como atractiva o repelente, basándose en la información marcada por las experiencias emocionales pasadas.
El cerebro, ese simulador
Por ejemplo: cuando detectas el último trozo de pastel en una cena, tus recuerdos emocionales de experiencias pasadas –quizá la culpa o la vergüenza que sentiste tras actuar de forma egoísta– destellan en tu cabeza de forma inconsciente, y decides ofrecer el pastel a tu anfitrión. Los marcadores somáticos te guían hacia una decisión determinada.
Sin esas guías, devorarías el pastel sin rastro de bochorno, o bien pasarías 30 minutos considerando las consecuencias de comértelo o no. Cuando sentimos emociones, estamos realizando una supervisión de nuestro estado fisiológico. “No es que yo esté afirmando que las emociones deciden las cosas por ti”, afirma Damasio. “Es que las emociones te ayudan a concentrarte en la decisión apropiada”.
La cuestión que fascina a Damasio es si nuestras emociones pueden adaptarse a la creciente velocidad con que la sociedad moderna nos enfrenta a decisiones difíciles. Damasio afirma que el cerebro aprende de la respuesta del cuerpo a los estímulos externos, pero el cerebro, a su vez, es un simulador magistral, capaz de construir versiones falsas de esa reacción emocional. “No siempre necesitas recurrir al cuerpo”, alega. “Como has ido asociando las cosas a lo largo del tiempo, vas a decirle a determinadas áreas del núcleo cerebral que adopten un estado de actividad como si estuviera recibiendo señales del cuerpo en consonancia con una emoción determinada. Pero te saltas por completo el cuerpo. Vas directamente al resultado”. En lugar de supervisar el estado fisiológico real, hacemos una simulación “como si”. ¿Cuál es la ventaja del atajo corporal “como si”? La velocidad.
Provocar cambios corporales por todo el organismo constituye un proceso lento y pesado. Las hormonas tienen que encontrar el camino hasta el tejido muscular, que, a su vez, tiene que volver a enviar su respuesta al cerebro. Lo cual está bien si pretendes quedarte en ese estado un rato –por ejemplo, si estás huyendo de un depredador–, pero si lo que pretendes es probar la emoción en un momento de reflexión –“¿Me gustaría invitarla a salir?”–, esperar a que el cuerpo reaccione puede llevarnos demasiado tiempo.
La vida está llena de decisiones que se toman en una fracción de segundo con el apoyo de la capacidad cerebral para simular las reacciones del cuerpo. En esas situaciones, según Damasio: “Tu cuerpo no ejecuta una respuesta de estrés completa; no se produce una inundación de cortisol en tu caudal sanguíneo. En vez de eso, lo que sientes es un destello de lo que sentirías si tu cuerpo estuviese en estado de estrés, y ese destello te ayuda a tomar una decisión más reflexionada”. Y eso puede ocurrir a increíble velocidad: 100 milisegundos, en lugar del largo recorrido del cuerpo, que duraría más de un segundo. Con esa rapidez, el sistema necesita un suministro de marcadores somáticos, experiencias emocionales pasadas que sirvan de guías para la situación presente. Si tu cerebro es incapaz de crear esas pistas emocionales, entonces toda esa velocidad no sirve para nada, porque no existe nada en lo que basar el proceso. Y en este punto es en el que el ritmo acelerado de la vida moderna supone un obstáculo. Porque el problema con los marcadores somáticos es que fabricarlos requiere tiempo. Puede que demasiado para una época de auténtica velocidad.
Fuente: REVISTA QUO
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